viernes, 30 de noviembre de 2012

RELATO DE GABRIEL GARCÍA ROSAURO


Fotografía antigua del café Chicote en Madrid
El Conde y la Miguela

El Hispano Suiza, su coche preferido para las correrías en la capital, lo había dejado en la puerta. El conde entró arrogante en Chicote y  encontró el local como siempre: la barra americana al fondo, las banquetas alineadas como soldados, la luz tenue, las mesas bajas junto a los sofás mullidos de color miel. La fauna era escasa: tres damas de la noche de culo alto en la barra y cuatro señorones de edad indeterminada con la mirada arrogante de  los amos del hambre, los ganadores del momento. 
Se  sentó en una mesa muy cerca de la esquina de la barra. El bigotito, apenas un leve brochazo en su cara redonda y delicada, lo escondía la luz vaporosa del local. Pese a que había recibido multitud de parabienes en las últimas horas y aún podía oler el sudor y el perfume de sus compañeros de correrías ¡Los tienes bien puestos, cabronazo!, se sentía terriblemente solo.

-¿Va a ser el cóctel de la casa?- le preguntó solícito un camarero flaco con cara de cordero humillado.

La pregunta del barman le hizo recordar por un momento otros momentos más relajados; cuando, ufano y altanero, paseaba su palmito rodeado de alguna mujer de postín por lo mejor de Madrid para acabar, como era de ley, en Chicote y saborear  tranquilo aquel brebaje extraño y elegante que solo los de su clase sabían tragar con estilo, ya se sabe: un océano de Grand Marnier, un tercio de vermú rojo y una explosión de ginebra inglesa con algunas gotas de angostura.
Ahora no tenía el cuerpo para cócteles. Por eso pidió una copa de aguardiente mientras se miró la camisa de seda blanca. Se percató, molesto, de un goterón de sangre que había arruinado el color inmaculado de su prenda favorita.

La Miguela de los cojones, la muy maricona me ha dejado la cagada de mosca!-se dijo definitivamente cabreado.

Recordó con nitidez el origen de la mancha: el clavel blanco en el pelo, el rizo femenino, el sombrero volando en el aire gélido de enero. Después, ya borracho de sangre,  las patadas en los riñones, la nariz goteando como un becerro, el garbo del sarasa transformado en un temblor de miedo.
El aguardiente le había metido fuego en la garganta y la cabeza,  pero la memoria aún no obturada  le dictó obediente la frase que le propinó al despedirse de aquel guiñapo orgulloso:

-España no es pa rojos ni maricones.

Aquel fantoche no parecía el mismo que paseaba su garbo por Fuencarral o la Latina, el que despertaba  la admiración de aquellos que lo jaleaban con el grito de guerra:

-¡Miguela, Miguela, Miguela!

Más recompuesto, apuró la copa, se acodó en la barra y vio entrar a un joven falangista, un joven de edad indefinible que tenía una extraña mezcla de la arrogancia de los vencedores y la torpeza del provinciano recién venido a la capital. El conde lo miró con el revés del ojo y le dijo con desprecio:

-¡Hombre, el pazguato de Jorgito!

Jorgito lo saludó solícito con una extraña mezcla de campechanía, masculinidad y humillado respeto. Apenas si se atrevió a pronunciar torpemente:

-¿Usted por aquí?

-Apea el tratamiento-le dijo con suficiencia. Toma una copa a mi cuenta.

Jorgito bebió en silencio junto al conde hasta que se cansó de oír impertinencias y humillaciones

-Don José me voy a retirar- le dijo, ya más decidido que al principio, el bueno de Jorgito.

-Apea el tratamiento, por favor, somos camaradas-le contestó condescendiente y orgulloso.

Con el cuarto aguardiente, la boca se le soltó y continuó con la retahíla que los hombres de su clase tienen cuando el alcohol marca su ley y desatasca las palabras metidas en el tuétano del alma:

-A los míos no les tiembla la mano cuando hay que demostrar la hombría y el amor a la patria. Uno es golfo pero sabe calibrar unos valores, tiene una jerarquía.

Jorgito, decididamente confundido, se sentó junto a las damas de la noche e intentó cuajar una conversación medianamente coherente con una de ellas, una morena de labios gruesos que ceceaba con elegancia y miraba nerviosa a los señorones de la mesa de la izquierda.
 
Mientras tanto, el conde se enredó con la quinta, la sexta, la séptima copa. Con la octava enmudeció definitivamente. La cabeza se le fue al burladero de la finca donde por  un momento todo era sangre y un novillero junto al tendido. El aprendiz de torero era un jovencito de buena figura dando pases apretados a un cuatreño retinto mientras él, como un mariscal, lo observa todo en el  tendido. El adolescente mira al tendido y le fija sus ojos de  terciopelo mientras da un natural muy bello. La plaza se llena de calma y el cuatreño acude con prontitud a la llamada de la capa mientras el aire apenas mueve una hoja.
En un descuido, cuando los ojos aún los tiene metidos en la barriga, la bestia le sumerge el cuerno en el pantalón y lo deja semidesnudo como un pelele. Desde el tendido una voz cazallera le larga agria:

-¡Hay que fijarse, hay que echarle más atención!

Al conde la mano le tiembla como a un adolescente enamorado y deja caer la copa. No es la borrachera que se adivina en sus ojos lo que lo pone temblón. Es la confusión de recordar lo que pasó después: cómo notó el corazón acelerarse al ver brotar la sangre sucia del muslo mientras un mayoral lo metía raudo en el pequeño burladero y le aplica un certero torniquete con un trapo blanco.
Por un momento, lo recordaba ahora con una nitidez misteriosa, sintió celos del viejo mayoral. Confuso, bajó al tentadero en busca del novillero. El muchacho parece muy afectado y observa al conde arrebatado por la vergüenza y el orgullo.
El muchacho, con la valentía metida en los nervios, vuelve al pequeño albero de la plaza de tientas. Orgulloso, cita con las piernas muy juntas y el toro acude como un perro obediente a la llamada del capote. El miedo, como un vómito, llena su cuerpo de un extraño regusto. La calentura se aplaca cuando siente muy cerca el jadeo del toro, el rítmico vaivén de la respiración en los costillares, la fiebre de su cuerpo suave y duro como una hembra en celo. El muchacho se distancia de la bestia, lo mira altanero y vuelve a citarlo.
En la barrera, el conde, tembloroso como un muchacho, logra sobreponerse y le grita al novillero:
-¡Échale hombría!
Todos callan. El silencio es una losa metida en el cuerpo del novillero.
El toro se arranca con un ronco mugido. El muchacho junta las piernas, desmaya la mano izquierda y brinda para sus adentros:
- Conde, va por ti.
En el salón de Chicote un hombre de aspecto elegante se sienta en una esquina de la barra. Pide el cóctel de la casa, ya sabemos: un océano de Grand Marnier, un tercio de vermú rojo y una explosión de ginebra inglesa con ciertas gotas de angostura. El nuevo habitante del local mira en el sofá caoba de la derecha a un sujeto derrotado. Tiene en la cara un  bigotito, apenas un leve brochazo en su cara redonda y delicada, que casi lo esconde la luz vaporosa del local. De su boca, como un espasmo, salen palabras inconexas que el alcohol aún no ha sido capaz de taponar. Palabras que se repiten atropelladas: España, hombría, rojos, guerra, honor, dignidad, maricones,…
 
      Gabriel García Rosauro (Profesor de Geografía e Historia)


















domingo, 25 de noviembre de 2012

DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES

En la asignatura Plástica y Visual hemos querido aportar nuestro granito de arena en el DÍA INTERNACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES. Hemos trabajado en 1º B tres carteles  a partir de un eslogan y con las texturas como elemento plástico principal.




Y aquí tenemos el resultado:




viernes, 23 de noviembre de 2012



Un mar de recuerdos
Compañía, buena sopa caliente, y, por supuestos, un mar de recuerdos, son los elementos que, durante toda mi vida he experimentado en este día especial, en el que la familia se reúne para recordar a sus seres queridos.
Todos lo años nos levantamos muy temprano, de buen humor y dispuestos a pasar un día de reflexión, luego de ello nos vestimos de estreno con nuestras mejores galas de invierno. Desayunamos también pronto, para luego cambiar las sábanas de nuestras camas por otras limpias, pues, se dice que en este día, nuestros difuntos seres queridos duermen con nosotros.
Una vez arreglado este asunto, en mi familia es costumbre ir a casa de mi abuela a comer temprano, allí nos encontramos todos con todos, pues este día, junto con Nochevieja es el único en que toda la familia se une. Conforme entras por la puerta, un olorcillo cálido y agradable inunda tus pulmones. Éste es el olor a la sopa de mi abuela, que cada año prepara con más cariño que el anterior.
 Al terminar de comer vamos al cementerio a ver a nuestros familiares al panteón que se encuentra formado por distintos nichos, adornados con rosas de colores varios, pues cada uno tenía un color preferido. Antes, esto no ocurría, pues se utilizaban crisantemos debido a que se podían cultivar en la huerta y eran, por ello, más asequibles que las rosas.
Después, nuestros padres nos llevan a la entrada del cementerio, nos compran regaliz o castañas asadas y luego regresamos a casa de mi abuela; allí hablamos de nuestros familiares y de sus costumbres, sus manías, sus hazañas,…, así como de la curiosidad de que, exceptuando a tres familiares, todos murieron el día 22 o 23 de septiembre. Una vez nos meten esa extraña curiosidad en el cuerpo, la transforman en miedo, contándonos historias de terror sobre las ánimas benditas y espíritus que resuenan en nuestra imaginación tras ser relatadas mientras encendemos y colocamos una vela por cada difunto. Hecho esto, mi abuela se queda rezando para ayudar a los espíritus que no han encontrado la paz, y para que aquéllos que ya están en ella permanezcan así. También reza a las ánimas benditas, porque dice que, en caso de no hacerlo, estarían disgustadas y no la dejarían dormir o cosas por el estilo
Finalmente regresamos a nuestras casas a dormir cada uno en nuestra cama, y…¡Quién sabe si pasaremos o no la noche acompañados!
                                                             Juan Aguilar Mondéjar    B1IC

jueves, 22 de noviembre de 2012

DIARIO DE LYVÁN

-¡¡Despierta!!- Fueron las palabras de mi amiga Diana- La profesora viene, está subiendo las escaleras, la he visto cuando me dirigía hacia aquí.
Aturdido y un poco inconsciente quité la mochila que en ese momento la estaba usando de almohada. Cuando acabé de despertarme completamente, me vinieron un montón de cosas a la cabeza: palabras, imágenes...
-¡¡Los deberes!!- Dije apenado, recordando con flojera lo que habían mandado  la clase anterior.
La profesora se había entretenido explicándole a un profesor nuevo dónde estaba  el departamento de Matemáticas. Iván, un compañero de clase, amablemente me ofreció copiarme los suyos; sin pensármelo, acepté, en ese momento tampoco  me iba a parar a pensar si los copiaba o no.
Por la parte final, donde desembocaban las escaleras, sonaba algo. Todo era silencio en aquella clase. Rápido nos dimos cuenta  de que era el taconear de sus zapatos, unos zapatos de cuero bueno y elegante de la talla 37.
Con suerte yo ya había acabado de copiar los deberes.

                                                          Lyván González (2º A)

miércoles, 21 de noviembre de 2012

MICRORRELATO

No sabía dónde se encontraba; parecía estar de nuevo en su falsa realidad. El hombre intentó reaccionar sin más, llevándose consigo una sorpresa: no era su reflejo el del espejo, sino un ser vil que no pudo identificar hasta que volvió los ojos y se dio cuenta de a quién había matado.
                                                   Samuel Torres, 4º A

domingo, 18 de noviembre de 2012



Drácula

Si alguien me pregunta por el día de  31 de Octubre, lo primero que me  viene a la cabeza es la tradicional fiesta de Halloween, en la cual se celebra el día de los muertos. En este acontecimiento, que cada vez se hace más y más habitual entre nosotros,  niños, jóvenes o adultos, para celebrar esta tradición, se esconden tras  todo tipo de  disfraces  intentando parecerse al máximo a un muerto viviente.
 La gran variedad de disfraces que se usan para este acontecimiento es abundante. Se pueden encontrar  disfraces relacionados con la ciencia, como los de médicos locos, zombies, y hasta del increíble Hulk. También los hay relacionados con las leyendas más o menos históricas como los de  brujas y piratas.
Sin embargo uno de los disfraces más comunes entre nosotros y que todo el mundo conoce es el disfraz de vampiro. Si un día  hiciéramos una encuesta a todos los fanáticos de este día tan célebre preguntándoles algo tan simple como a qué personaje  alude este disfraz, seguro que la mayoría de los entrevistados contestarían que al famoso conde Drácula, pero ¿sabrían algunos de ellos decir de dónde proviene ese mito y cuál es la historia de dicho personaje?
La tan llamativa historia literaria, cuyo personaje principal es el tan famoso vampiro chupa sangre conocido como el conde Drácula, está basada en la vida de un personaje histórico llamado Vlad Tepes que fue el príncipe de Valaquia, territorio de la actual Rumania, donde es considerado como un héroe para la patria rumana. El apodo “Tepes” se debe a su modo de torturar y de aniquilar a sus enemigos turcos en el momento en que Vlad se estaba oponiendo  al Imperio Otomano, el cual intentaba invadir Rumania. Gracias a su valentía y a su modo de imponer el  miedo consiguió evitar la derrota. Vlad imponía un modo cruel de tortura a todo aquel que le fuera infiel. Uno de sus métodos consistía, ni más ni menos, que en  introducir una estaca por el recto para empalarlos y producirles una muerte lenta y dolorosa, que llegaba a durar dos o tres días. Sin embargo, más tarde, sus soldados se lo  entregaron a sus enemigos turcos.
Este personaje sirvió de referencia al autor Bram Stoker para su novela basada en la historia de Drácula. Fusionando ficción y realidad, su autor hizo que la mayoría de las personas tengan una idea equivocaba sobre Vlad Tepes, aunque creara una novela inmortal.
IRINEL MICU MIC (B1IH)

¿Quién dará las gracias a aquellos que lloran sobre lápidas?



¿Quién dará las gracias a aquellos que lloran sobre lápidas?
El Día de los Difuntos  es un día reconocido mundialmente, desde España a Méjico, saltando de Panamá a EEUU.
No todos los países lo celebran de la misma forma y en el mismo momento. Por ejemplo, en Canadá es llamado el Día de la Remembranza y se celebra el 11 de noviembre y en Estados Unidos el último lunes de mayo se celebra el Día de la Memoria.
Es una tradición, una costumbre, algo que es inamovible, que no es susceptible de duda. Tiene gran relación con la religión, y en algunas zonas incluso con el esoterismo. Se basa prácticamente en creer que los muertos siguen, de alguna manera, vivos para contemplar y agradecer las plegarias y las palabras de cariño que los que les quisieron les dedican. Las familias (todos incluidos, si hay que obligar a los niños, se les obliga a visitar el bonito cementerio) van a visitar las lápidas de sus muertos y les ofrecen flores, alguna notita, unas velitas y se marchan con las mismas. “Hasta el próximo año, querido”.
Sin embargo, lo que yo opino acerca de este día no tiene nada que ver con esto. Las familias van en balde al cementerio, ¿quiénes creen que hay ahí abajo, bajo la lápida y a metros de tierra escuchándoles? ¿Quiénes creen que van a agradecer su visita?
Ni que hubiera alguien, ni que hubiera algo, ¡ni que estuvieran vivos! En la fría y seca tierra tan sólo hay, desde el punto de vista racional, materia. La materia por la que estamos compuestos todos los seres vivos y cada cuerpo inerte. No es nada. Tan sólo partículas subatómicas unidas formando perfectos átomos que, entre sí, constituyen las moléculas que forman células, tejidos, órganos, aparatos y sistemas. Si hablamos para decir cosas bonitas, es nuestro cerebro el que nos lo permite (vaya, y el cerebro es materia). Si pensamos en lo mucho que nos preocupa un examen, es nuestro cerebro el que lo permite (sigue siendo materia). Si sudamos por ese nerviosismo, son las glándulas sudoríparas quienes lo permiten (más materia). Si lloramos de rabia, es el lagrimal (materia también) el que deja escapar las lágrimas. Si sonreímos con dulzura, si abrazamos, si besamos, si amamos… es gracias a nuestra materia. No somos más que materia que utiliza energía para funcionar. Por lo tanto, si los cuerpos de los muertos ya no pueden utilizar energía, si su materia se está descomponiendo porque ha muerto, si la sangre ya no circula por sus venas, ¿quién dará gracias a aquellos que lloran sobre las lápidas?
Pero puedo entenderlo. Somos seres débiles y miedosos, asustadizos. Tan sólo hay que ver cómo nos ponemos con películas de terror, cuando nos anuncian una enfermedad grave, cuando hablamos del más allá, del infinito, de la eternidad. Débiles por naturaleza y miedosos a la muerte y a lo desconocido. Estos sentimientos son producidos también por el cerebro, son pensamientos que nos desestabilizan.
 No soy la más indicada para hablar de psicología, pero me atrevo a decir que los sentimientos están producidos por la química, reacciones entre fluidos guiados por la ley de causa-efecto. Si el doctor te dice que han encontrado un cáncer en tu organismo, tu cerebro interpreta el mensaje, lo procesa y elabora una respuesta: el miedo a la muerte. En cualquier caso, también creo que estas respuestas, estos miedos, son en parte controlables. Debemos ser capaces de aceptar lo que llega, debemos saber controlar nuestras emociones, tratar de no darle demasiada importancia a lo que nos hace daño. Debemos aceptar que somos mortales. Y amar la vida, claro que sí, disfrutarla e intentar vivir mucho y bien. Pero sin miedo a marcharnos, porque es inevitable.
Es por eso por lo que yo no me aferro a lo irreal yendo al cementerio a visitar los restos de mis muertos. Tampoco les rezo. El Día de los Difuntos es una forma desesperada de mantenerlos vivos, es un engaño. Quien está libre de miedos, libre desesperación, también piensa en sus muertos, por supuesto. Pero desde otro punto de vista: recordando los maravillosos momentos que disfrutaron cuando estuvieron aquí, sobre la tierra y no bajo ella. Recordando cuando él o ella reían, cuando gritaban de emoción, cuando cantaban su canción preferida dejándose la garganta, cuando dedicaban palabras de amor, cuando soñaban en voz alta… Capturando, simplemente, aquel momento feliz. Esa es la belleza del ser humano, lo que nos hace especiales; esto es lo importante y lo que debe quedar cuando cada uno de nosotros se marche. El recuerdo y no unas flores secas.

                                                                                              Mª Dolores López

El día de los difuntos



                        El día de los difuntos
El día 1 de Noviembre, se celebró el “día de todos los Santos” o “el día de los difuntos”, en honor a todas esas personas que desgraciadamente por un motivo o por otro ya no se encuentran entre nosotros.
En primer lugar, quiero que quede claro que, aunque yo no soy creyente,  este día me parece el más bonito y significativo de todas las fiestas católicas pues nos permite recordar buenos y malos momentos con esos seres a los que ya no tocaremos, ni sentiremos, pero permanecerán, al menos durante un día al año, en nuestras memorias y nuestros corazones causando lágrimas y sonrisas.
Para mostrarles todo nuestro apoyo, este día fuimos a hacerles una visita a su lugar sagrado: el cementerio. Ese lugar que diariamente nos describen como algo oscuro y tenebroso, ese día se convirtió en un lugar de fiesta,  una fiesta melancólica y tranquila que a su vez nos permite entrar en lo más profundo de nuestros corazones y recordar lo más bonito de cada una de esas personas que ya sólo podemos ver en miserables fotografías.
Yo, desgraciadamente, tengo a varias personas en ese lugar sagrado, pero una, a la que cada día que pasa  extraño más, es mi abuelo, al que fui a visitar con la cabeza bien alta, para recordar momentos inolvidables con él, como cuando me llevaba a dar un paseo, o cuando me llamaba el día de mi cumpleaños a primera hora de la mañana para ser el primero en felicitarme, o simplemente imaginar el calor de sus besos.
Todos estos recuerdos son lo que hacen del día de todos los Santos, un día memorable y especial.                                                   
María López López . B1IC